La semana fue una locura de trabajo. El celular no paró de llamar con tal sentido del estrés que parecía broma; la impresora de la oficina dejó mis prolijas presentaciones editoriales como para un concurso de arte abstracto; el iPad decidió jugar a las escondidas en casa y se escabulló por ahí… y para rematar una sucesión de infortunios (en definitiva nada graves, pero sí algo corrosivos) mi corta escapada de fin de semana a la playa quedó para otra ocasión en la que no haya huracanes (y menos si son categoría 5).

Ahora estoy en mi cama. El sol atraviesa suave y benévolo la cortina de mi habitación y suena en la mañana una de mis playlist de Spotify. El día de hoy será entonces para programar un viaje. Y te confieso que ese nítido hecho me ilumina el rostro, el ánimo, mi estima y mi alma.

Con tantos años de viajar todo cuanto puedo, aprendí a disfrutar más de cada viaje con la idea naciente de imaginarlo. Y mientras antes me afligía como un molesto reflejo si no conseguía una tarifa imposiblemente económica, o si el hotel no alcanzaba anhelados 9 puntos de valoración o si el auto a rentar incluía o no el GPS, ahora sencillamente pienso en el destino. Volví al origen y la fuente. Y únicamente quiero saber más de ese destino ─a través de Internet y redes sociales─ eligiendo meticulosamente a quienes tienen la sensibilidad adecuada para hablar de él… ya no me lleno de información de gente que quiere convencerme de ir a un lugar; solo busco a aquellos que narren por qué están convencidos.

Es domingo hoy y una barbacoa de mediodía me dejará luego con mis horas favoritas del fin de semana: esas que transcurren entre el almuerzo y la puesta del sol estando en casa. En ellas repaso en mi mente qué es lo que quiero y así dejo que la suma de experiencias de otras travesías me digan qué es y dónde. «Es que si explorador se nace, viajero se hace» afirmé una vez.

Una playa solitaria, la muestra de un artista que admiro, un restaurante que vi en Instagram dirigido por una familia que tiene mucho para contar a través de su local y su cocina, una ciudad que no conozco, un lugar único para fotografiar los amaneceres para los que tú sabes me levanto más temprano que nadie junto al bolso de mi cámara. Son sucesos distintos en lugares distintos. Son bellezas que descubres al darte cuenta que nada sería lo mismo sin los carteles ruteros indicando que hay tantos destinos como vidas quieras vivir.

Es domingo hoy y mi jardín huele a jazmines. El postre se convirtió en café, el café en durazno hecho jugo, y el jugo será después el mejor compañero de un Bacardí con hielo. Y ya he elegido mi próximo destino, mi próxima parada, mi futuro yo… ese que suelo ser cuando soy feliz al tener un domingo de viajes para pensar únicamente en ti.

Texto y foto: Alex Caberta © 2020 Vamos a Miami