MURMULLOS DE CIUDAD
El mar es para siempre
by Alex Caberta

Hace unos meses, conduciendo hacia Orlando desde Miami, noté al emprender el viaje que el cielo previo al amanecer, la avenida Collins y todas las palmeras del camino costero, estaban siendo dominados por colores distintos. Especiales.
Cuando había hecho unas 12 millas, ya atravesando Golden Beach, los matices eran cada vez más peculiares, y cuando eso ocurre, la mente de todo fotógrafo se alerta y ordena detener toda marcha. Estacioné, tomé mi bolso, saqué mi cámara, avancé hacia la arena, me recosté en el borde de aquel milagro y comencé a componer algunas tomas con mi lente nueva, una maravilla óptica que había comprado recientemente y con la cual busco mejorar la precisión, nitidez y fidelidad cromática de mi trabajo.
Rosas y dorados convertían en tonos pastel cada ola, y todo parecía titilar con brillos de miel y reflejos de sal. Y mientras esa luz penetraba mis ojos a través del ocular de mi Sony Alpha, fueron activadas unas celdillas de recuerdos. Tú sabes… están a salvo y guardados como libros sosegados en bibliotecas de memoria, hasta que un momento de magia los despierta.
Y así, recostado en la arena, recordé cómo fue la primera vez que vi el mar.
* * * * *
Mi madre era una experta en planear imposibles, y la mensualidad de ella y la de mi padre, no hacían otra cosa que alentarla en su habilidad. No vivíamos mal, pero los gastos de todos tornaban en poco probable que el verano de mi niñez se encontrara con soñadas (y lejanas) playas de vacaciones.
Entonces, durante media infancia, veía con una felicidad zigzagueante que mis hermanos ─por el solo hecho de ser más grandes─ tenían permitido tomar sus trajes de baño e irse una semana a la casa con piscina de sus amigos. Me juraban volver y llevarme a la plaza, al cine, y tan rápido como desaparecían de la casa se olvidaban del juramento. Y así me quedaba, mirando a mi madre que me observaba como diciendo estoy en deuda, nunca te he llevado al mar. No lo pronunciaba, pero de algún modo yo sabía, estaba seguro, que lo pensaba.
Calendarios después, con aumentos de salarios, bonificaciones por horas extra, ascenso en el puesto de mi padre, se presentó un año que estaba destinado a ser diferente. Y mi madre nos aseguró que íbamos a irnos de vacaciones, y para hacerlo propuso que hagamos un pacto de ahorro. Paso seguido, descubrió una alcancía que consistía en la alta y distinguida figura de un gato blanco con una hendidura en su cabeza. Allí debíamos poner cada peso y cada centavo que llegara a nuestras manos para que en los días de playa tengamos un extra para dulces o videojuegos o lo que a cada uno se le ocurriera.
─Y cuando estemos allá, además, voy a hacerles un regalo sorpresa ─añadió.
Nosotros nos miramos sorprendidos.
─¿Hacemos el trato? ─preguntó.
Gritamos alborozados que «¡sí!» y nos empezamos a imaginar y a contar qué haríamos, pero razonando que había que ahorrar: cada lunes en el colegio, un dulce menos. Cada martes un chocolate que no miraríamos ni de reojo. Cada miércoles un pastel de fresas por lamentar…
Y lo que fui notando es que esa alcancía se iba llenando y ese gato blanco era cada tarde más obeso y más goloso de monedas doradas y plateadas acuñadas con promesas.
Las clases terminaron y después de la Navidad y el nuevo año, cargamos el auto, acomodamos nuestro bolso de tesoros y salimos de casa. Apenas comenzaba el día. El auto dobló una vez, y después otra, y dejó la ciudad, montó una ruta y las curvas se hicieron largas. Por la ventanilla miré sembradíos y conté cientos de vacas. Seguí pájaros en bandada, postes de luz, cables jugando a no tener fin, carteles de refrescos, protectores solares, chicas sonrientes.
Cruzamos un sinfín de pequeños poblados y fábricas de cosas que se levantaban cercanos a vías de tren, entre caminos solitarios. De repente veías bosques de eucaliptos, y de golpe árboles heridos por vientos salvajes que el invierno dejaba como señal de su paso, y como indubitable advertencia de su regreso. Y mientras no hacía otra cosa que observar, me preguntaba si todo lo que estaba ante mí era la distancia.
Finalmente llegamos y tuve mi noche de hotel. Y dormí feliz sabiendo que iba a levantarme bien temprano para desayunar. Recuerdo perfectamente haber terminado ese rato un tanto atorado de ansiedad y medialunas.
Mi madre y yo íbamos a ser los primeros en salir del hotel, y cumplimos, ya que fuimos antes de que amaneciera camino a la costa, por calles todavía dormidas, caminando rumbo a la playa. Juntos hacia el mar. Y cuando lo vi, y vi sus olas y escuché su murmurar, cuando noté que estaba a mi pies, tan cercano como inalcanzable y fabuloso, cuando divisé que no existe mar sin horizonte, comprendí al instante la eternidad de su existencia. Vi al sol crear todas las cosas que el mundo contiene, entendiendo que es él quien nos dibuja, como nos dibujaba a nosotros, de la mano y en silencio.
Los colores eran únicos. Recuerdo claramente que había dorados encargados de transformar en espuma de algodón cada detalle. Las gaviotas cantaron su canción mientras los edificios de la ciudad se iluminaban a nuestras espaldas como espigas de concreto pintadas de oro.
Entonces mi madre me dijo:
─Hoy será tu día especial. Hoy podrás comprar lo que quieras ─me recordó acerca de nuestros ahorros.
Por mi parte, estaba absorto ante tanta inmensidad. Me sentía ensimismado, abrumado y al mismo tiempo queriendo dialogar, pues acababa de descubrir que era eso lo que hacían y hacen las olas. Dialogan. Desde hace millones de años nos hablan, nos dicen. Cada ola que viene se lleva tu pregunta, y cuando vuelve, te trae un manojo de respuestas.
Finalmente la miré y sin dejar de soltarle la mano le dije:
─Ya sé lo que quiero.
─Dime…
─Quiero llevarme el mar ─respondí.
Luego vinieron mi padre y mis hermanos. Y todos me recordaron que ese era “mi día especial y que además debía haber regalo”. Y para cuando fue la tarde temprana mi parte se hizo de un par de juguetes, dulces, chocolates, una camiseta playera con inscripciones fantásticas y una tonelada y media de revistas usadas que vendían en ferias.
Ya en la nochecita, allí estaba: comiendo chocolates y leyendo en la cama del hotel. Mi madre irrumpió en la habitación, se acercó y me dió una caja vestida de regalo. «Es para ti».
Ese regalo, como sabes, era la parte culminante de un día inolvidable. Y yo sentía, emocionado, que todo había sido más que suficiente y que no había algo más que pudiera querer. Pero mi madre era, como te comenté al principio, experta en planear imposibles.
Rompí el estampado de papel, abrí una caja de cartón negra y elegante y después de apartar folletos y librillos, descubrí qué contenía. Era una cámara fotográfica. Mi primera cámara de fotos estaba ante mí y la tenía entre mis manos que ni sabían cómo agarrarla. Me maravilló lo que veía: brillaba como solo brilla lo nuevo y me excedía fascinándome. Me desafiaba de un modo que no reconocía.
Ella se sentó junto a mí, acarició mi frente con sus manos y recorrió mi pelo con sus dedos…
─Ahora te podrás llevar el mar.
Pasaron dos semanas, cargamos el equipaje, subimos al auto, nos despedimos del hotel, de la playa y de la brisa… y volvimos hacia mi casa. El auto dobló una avenida ancha, una esquina con carteles de neón y luego trepó la ruta de las distancias… Vi otra vez los sembradíos, las vacas, los pájaros en bandada. Vi parte de un mundo que pasaba a través de mi ventanilla de verano.
Era el final de las vacaciones de la primera vez que vi el mar. Y fue la vez, bendita vez, que me lo traje para siempre.
Texto y foto: Alex Caberta © 2020 Vamos a Miami – All Rights Reserved
Me dio mucha nostalgia leerte y a la vez me recordó la belleza y lo romántico de la vida. Muchas gracias por compartir c:
Te agradezco mucho Samantha por acercarte a estas crónicas, cuentos cortos, cartas y relatos. Es un placer para mí compartir este espacio que Vamos a Miami abrió con el precioso nombre «Murmullos de Ciudad» con el objetivo de tener y cobijar un espacio para la lectura. Te invito, si lo deseas, además a leer otros textos en este enlace > https://www.vamosamiami.net/murmullos-de-ciudad/
¡Muchas gracias! — Alex
¡Amo el mar! He visto tantos otros paisajes bellos, pero el mar me llena. No aburre nunca, siempre es diferente. Calmo, invitando a disfrutarlo y temible cuando está bravío. Tiene tanto poder sobre mí, siempre deseándolo. Hermoso relato de tu infancia, que fue la mía también. La primera vez en la vuelta al mundo… “ cuando estés arriba de todo… fijate y verás a los hombres que le ponen la sal” (al mar) dijo mamá.
El mar es calma y bravura. Es reflexión, es nervio y tempestad… Y sobre todo (al menos así yo lo veo) es espejo de lo que más cuesta en la vida: la constancia, la perseverancia, la pasión infinita.
No recordaba esa frase, pero es toda una historia y una bella metáfora al mismo tiempo. ¡Gracias por leer esta historia! ─Alex
Antes de comenzar a leerte pensé, yo no recuerdo la primera vez que vi el mar, pero a medida que me sumergia en tu cuento, vino a mí la imagen de ese mar. Un hermoso relato pleno de sentimientos.
Resulta entonces agraciado que este relato te haya ido llevando hasta allí Daniela. Por lo general pienso que los recuerdos de un evento en la vida carecen de sentido sino se los vuelve a ver en el marco de su real significado; y el significado ─la mayoría de las veces─ está iluminado no por los lugares en sí mismos, sino por las personas que nos llevaron hasta allí. Entonces, puede ser el mar, o un lago al que fuiste a pescar y te deslumbró, un paisaje de montaña único; el punto es que la unión que quedó establecida en nosotros… Read more »
Que decirte de este hermoso relato… tuve un privilegio único de nacer con el mar enfrente, sin embargo con los años y por variadas razones mis padres decidieron mudarse a esta ciudad “sin mar”: pero con universidades y buenos centros de salud (justificaron). Entonces, cada vacación siguiente volvíamos a nuestro lugar de origen… ellos también lo extrañaban… y te aseguro que en cada viaje de ida sentí exactamente lo mismo que vos en tu 1er viaje! El mar siempre se queda en uno! Nunca te abandona y te hace increíblemente adicto a el! Gracias por tantos sentimientos rescatados… hoy mi… Read more »
Así son las cosas ¡eh! Porque es verdad (aunque uno no lo crea): hay personas que han nacido allí… ¡frente al mar y junto a él! Yo he querido creer que era una fantasía mía, pero parece que no. En fin, más allá de esta broma sutil, resulta súper interesante saber cómo tu camino fue yendo a una ciudad diferente, que carece de mar, pero que aportó otras cosas. Pero lo que todavía resulta más interesante, es eso que cuentas acerca de cada regreso a tu ciudad de origen (a esa que sigue guardando las olas para ti). Por lo… Read more »