Cuando la felicidad es inevitable
¿Podemos concebir la vida sin la imaginación? ¿Podemos dejar de ser entidades creativas y tecnológicas? ¿Podríamos tú yo estar leyendo esto sin todo ello? ¿Podría existir -y en todo caso debiéramos preguntarnos «¿para qué?»- la palabra innovación sin los hombres que superaron las incontables limitaciones de su época?
Miremos por un segundo qué cosas nos rodean, observemos un momento. Sus formas, sus líneas, su diseño. Su historia, su antecedente, evolución y presente. Su desempeño.
Desde la rueda, o la posibilidad de retener la palabra haciéndola impresa, o los medios de comunicación e Internet. Desde la necesidad de encontrar la mejora de la salud, de la posibilidad de explorar, desde animar caminos hacia la diversión y el entretenimiento.
Y algo más: ¿qué sería de la imaginación sin la sorpresa y qué de nosotros sin el progreso?
Compartir es comprender
Parte de lo que somos es nuestra risa, nuestros intentos por retener la felicidad, la emoción, lo que convertimos en recuerdos y memoria. Hay cosas que inevitablemente nos hacen tiernos, porque el hombre no es hombre sin la ternura que lo distingue, ¿verdad?
Parte de lo que somos si lo queremos contar es porque lo valoramos. Comparto esto o aquello contigo porque creo, pienso, deseo transmitir en mi relato algo de lo que ocurrió conmigo después de ese evento, de ese suceso, de ese pasar. Compartes conmigo tal día tuyo, tal tarde, tal sensación que crees y sabes imborrable porque estás convencido que puedo al fin y al cabo comprenderte.
Lo que vives, lo que sientes, lo que atesoras.
Lo que miras, memorizas, lo que fotografías y transmites.
Escribes, citas y amas.
Maravilla de la modernidad
Walt Disney es parte viva de nuestro mundo, y su aporte ha sido tan vasto como todo sueño que deja atrás sus límites para dar paso a la construcción que posibilita el heredarlo y también el darlo a conocer aún después. Muchos llevamos en nosotros parte de él tanto como de otros hombres y mujeres a quienes cargamos con orgullo. Y creo íntima y fervientemente que eso ocurre porque sus ideales nos contemplaban, nos abarcaron, nos incluyeron.
Si lo que somos, entonces, es parte de lo que reflejamos; si el camino andado cuenta mejor que nada ni nadie nuestra experiencia; si tantas veces nuestra mejor versión es la que nos impulsó a ser hoy lo que soñamos ayer… entonces todos somos ese pedacito de grandes hombres que pensaron en nosotros aún antes que alguien eligiera nuestros nombres.
Son ellos los que innovaron, cuestionaron y aprendieron sin detenerse ni dudar acerca de lo que sembraron.
El encuentro de su creación se ha constituido inevitable con la felicidad.
Él fue uno de ellos e hizo mucho; sentó bases, aportó a su tiempo y los que irán viniendo. Nos tuvo en mente. Se llamó Walt Elias Disney y fue un creador, un impulsor y el fundador de una empresa fabulosa. Y es el mismo hombre que sonriendo nos enseñó, a ti y a mí, que todo vale la pena si se persigue la llama que enciende esa parte del mundo que ambiciona convertirse en mejor. Esa parte del mundo que no es un ideal, sino que existe, y del cual podemos dar fe entre los fascinantes sucesos de la maravillosa vida moderna.
Textos y foto principal: Alex Caberta © Vamos a Miami
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